miércoles, 11 de mayo de 2011

JORGE LEONIDAS ESCUDERO-POETA SANJUANINO

El hombre que buscaba tesoros

Se publica la obra completa de este autor sanjuanino secreto y periférico que logra trabajar sobre el lenguaje en busca de transgresión. Aquí, un análisis de su poética.

POR RODOLFO EDWARDS

Oculta entre las piedras, la poesía del sanjuanino Jorge Leonidas Escudero es una gema tan valiosa como inefable. Emulando unos de los oficios de Escudero, el de buscador de oro, un equipo encabezado por Javier Cófreces recopiló todos los libros del poeta sanjuanino, editados desde 1970. La edición también incluye trabajos inéditos y un apéndice documental.
El autor comenzó a publicar recién después de cumplidos los cincuenta años; su primer libro, La raíz en la roca fue publicado en 1970, al que sucedieron más de una veintena de obras. A través de estos cuarenta años, el nivel de calidad de sus poemas se mantuvo inalterable, hecho inusual en una trayectoria tan dilatada. Como los grandes poetas, “Chiquito”, como lo llaman sus amigos, construyó un lenguaje intransferible y fundante, creando un espacio que se cierra sobre sí mismo y que, sin duda, dejará una marca indeleble en el corpus de la poesía argentina. César Fernández Moreno decía que un poeta debe escribir con la suficiente contundencia para que cada verso propio pueda ser usado como epígrafe por otro poeta. Escudero casi logra plenamente ese objetivo.
Afirmándose en su terruño y esgrimiendo la nobleza de la juglaría, encuentra su materia prima en el habla de la tribu, aprovechando al máximo las transgresiones sintácticas y sónicas que se producen en los espacios conversacionales, para usarlos a favor de la poesía. El uso coloquial de la lengua, marcado por el fraseo interrupto y la incompletud morfológica, dinamiza el lenguaje poético, potenciándolo musicalmente: “Pero es que se me encanta el suburbio,/gambetear bocacalles, cabecear la luna/(siempre que esté, claro). Necesito/exhibir un juego bonito y tribunas aplaudan”, dice en “Nocturno”. Como si fuese un ángel de Las alas del deseo del alemán Wim Wenders, Escudero “asiste” a sus criaturas en los momentos más dramáticos: “Se dirigió a un banco de plaza/y parecía caso especial/porque venía hablando solo./Yo que le auscultaba los rastros/por si pedía asistencia,/me le puse atrás cuando lo vi sentado (...) Por eso es que actué de comadrona/aquella aviesa noche: lo tomé de los hombros con mi filosofía/y le hice hacer un giro auroral de modo/que el sol apareció normalmente”, expresa en un poema de Los grandes jugadores , colección de textos que narran la pequeña épica de los “timberos”.
Varios tópicos asoman en la poesía de Escudero, pero el amor, los juegos de azar y el mundo de la minería ocupan un lugar preferencial. Como sucede en toda buena poesía, siempre hay una torsión lingüística que hace reverdecer temas muy transitados. Habita en Escudero una voz lejos de la estridencia, ligera pero profunda, amiga del murmullo de los riachos quietos, tan comunes en el paisaje sanjuanino, donde el agua cristalina dejar ver la unanimidad de la piedra. Pero el agua sumisa esconde caudales invisibles, hervideros de verdades, ígneas revelaciones. De eso se trata: de pulverizar la piedra de tanto mirarla, de ablandar el mundo con poesía, con movimientos simples, de contragolpe letal.

Poesía y minería
Alquimista de la palabra y de la materia, en los textos de Escudero se percibe la correlación entre la poesía y la minería: las dos disciplinas se constituyen a partir de una obsesión por la búsqueda; palabras y piedras son términos equivalentes en el sistema poético/vivencial de Escudero, se constituyen en razones y motores de un destino. “Ultimamente soy culpable por abuso indebido de buscar”, confesó, reafirmando su plataforma ontológica. El chileno Pablo Neruda y el peruano César Vallejo, por las mismas vértebras de los Andes, también escarbaron la pedrería. La imbricación de la piedra con el hombre, funciona como clave para leer la historia americana. En la poética de Escudero, el repliegue es hacia lo íntimo, hacia la intrahistoria, la de seres anónimos, llena de hechos nimios pero cargados de electricidad como esas nubes que aparecen antes de la tempestad. En ese sentido, la poesía se transforma en una caja de sorpresas, en una baldosa floja que salpica apenas se la pisa, en un territorio minado de moralejas populares.

El cronista cuyano
Ajeno a modas, escuelas o tendencias, su poética guarda una relación directa con materiales mundanos, muestra todo el tiempo una asunción plena del rigor del destino. Fuera de las presiones impuestas por el canon, Escudero se jugó entero por su patria chica, sabiendo, como los sabios, que la velocidad de las cosas sólo se puede aplacar con una piedad infinita, con una ardiente paciencia y serenidad de espíritu.
Como un Sócrates cuyano, Escudero presta oreja y pluma al devenir comunal, partero de almas, cómplice y amigo. Pequeñas biografías, semblanzas pueblerinas, detalles banales del vivir le sirven de andamiaje para desplegar planteos metafísicos, fábulas de inocencia aparente que arman constelaciones, se agrupan y se desbandan, se quiebran y se rearman. Complejo pero nunca oscuro ni hermético, desanda el poema con banderas claras, encabritado pero elocuente.
En su poema “Juego de fotos”, juega un solitario con fotos viejas. “Empiezo, pongo sobre la mesa a mi hermana Margarita/y al lado a dos amigos muertos/debajo al Loco Desiderio (el que creía ser caballos y trotaba azotándose las verijas/Pongo a mi tío Teodoro junto a su automóvil 1920 y enseguida yo, montado en un burro,/cuando de niño salí a conquistar el mundo”. El pensamiento rodea a las cosas para examinarlas minuciosamente hasta sonsocarles sus secretos. Los objetos inanimados se magnetizan de energía humana, hablan desde su mudez aparente. Un naipe, una piedra, un árbol, son compañeros de camino, pasto del símbolo y la metáfora, mientras que la memoria es un agente creador, una máquina de engendrar. Escudero diseña planes para la búsqueda del tesoro con incesante fervor. La narración de esos caminos, de esos arroyos caprichosos, tiene niveles ascendentes y descendentes; de los subsuelos a la superficie, del suelo al cielo, la poesía estalla como un géiser, omnívora, palpable pero también intangible, hundida en la perplejidad y el asombro.
A pesar de cierto tono irónico que campea en los poemas, Escudero nunca se deja ganar por el cinismo ni por la ausencia de fe. El núcleo siempre es el hombre intervenido por el lenguaje, definido por las palabras que le visten el alma desnuda. Pequeñas unidades narrativas arman un panal donde Escudero pone en suspensión pedazos del mundo. Entre la reflexión y la paradoja, el efecto es embriagante; por secretas alquimias, entre zumbidos pícaros y ladinos, se entra a otras dimensiones, en medio de un festín sónico lleno de palabras averiadas, dominadas por el vértigo del decir.

Música y documentales
Escudero pintó su aldea, sin necesidad de pasar por Buenos Aires ni por ningún otro lugar de consagración literaria. Sin embargo, como las aguas del Cuyo natal, su poesía supo abrirse camino y paulatinamente se fue rompiendo el cerco que lo confinaba a ser un poeta secreto. En los últimos años su persona fue objeto de reconocimientos varios como el título de Doctor Honoris Causa que le otorgó, en el año 2006, la Universidad Nacional de San Juan. En un reportaje del Diario de Cuyo de San Juan, opinó sobre estas distinciones: “Le voy a ser franco, yo soy –como dicen ahora– de perfil bajo. Me gusta estar con mis amigos, escribir mis poemas, tener una vida sencilla. Y estas cosas me sacan de quicio. De todos modos es algo inevitable, porque no puedo contradecir la opinión de los demás.” Varios músicos, como José Luis Aguado y Pablo Maldonado compusieron canciones en base a sus textos. Su obra también despertó el interés de documentalistas que trataron de reflejar en sus filmes las intimidades del poeta cuyano dentro de su ámbito natural.
Hojas quemadas de Manuel Lara, Las partes del todo San Juan , de Manuel Saiz y Oro nestas piedras , un trabajo en conjunto de Cristian Costantini, Leandro Listorti y Claudia Prado ya disponible en dvd, contribuyeron a la difusión de la figura de Escudero.

El empecinao
En el libro Verlas venir (2002), hay un poema titulado “El empecinao” que focaliza en un personaje el tema de la búsqueda. En su ensayo “Hamlet y sus problemas” T.S. Eliot definía el correlato objetivo: “La única manera de expresar la emoción en forma de arte es encontrando un ‘correlato objetivo’: un grupo de objetos, una situación, una cadena de acontecimientos que habrán de ser la fórmula de esa emoción concreta”. De la misma manera, Escudero acumula capas de acontecimientos y situaciones hasta lograr el efecto buscado. En “El empecinao”, traslada a un buscador de oro, toda el ansia de su búsqueda personal, intercala en una biografía un itinerario, un mapa de ruta, el arco que traza una vida en el tiempo: “Aquí anduvo un tozudo hombre buscando,/en esta altivez de los cerros sanjuaninos/el fabuloso tesoro que cuentan era para el rescate del inca Atahualpa:/ siete cogotes de guanaco pupudos de oro.” En esta primera estrofa aparece el motivo de la búsqueda mientras que en la segunda se nos presenta su encuadramiento temporal, las huellas que los años dejan en el cuerpo y el empecinamiento, centro neurálgico de la poética escuderiana: “Muchos años vino a buscar tal riqueza/y se le puso la barba blanca de no encontrarla;/pero firme en su idea/no cejaba de llevarla entre ceja y ceja.” En la tercera agrupación estrófica, se enuncia el sueño y el proyecto; de su no concreción, de su suspensión indefinida, depende el estado de felicidad y alegría: “Nos hicimos amigos y en mis adentros/lo bauticé El Empecinao, justamente/porque cada vez que me lo topaba en el cerro / me hablaba de su sueño y sonreía feliz”. En la estrofa que cierra el poema, se conjetura la muerte (real o simbólica), único agente destructor de la búsqueda y los sueños: “Pero el verano este ya no vino/y el anterior tampoco./Sospecho que murió directamente/o algo peor todavía, que se desempecinó, y al perder la alegría de buscar el tesoro/quedó muerto en vida.” Como Sísifo, el buscador de oro sufre una condena de piedra. En Verlas venir hay un prólogo de Escudero donde se sincera: “Y sí, a las palabras que siguen las vi venir desde el fondo de nosotros”. Este concepto define claramente la poética de Escudero, su ostensible compromiso con los otros, su “yo poético” definitivamente disuelto en el “nosotros poético” como una ofrenda de amor fraternal. “Mi hambre última es de lo que aún no he visto”, dijo también el pequeño gran minero, por si alguno no entendió todavía de qué venía la cosa.

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