Una dama negra en Barcelona

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Claudia Piñeiro, en BCNegra con las escritoras Maruja Torres, Teresa Solana.
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RAÚL ARGEMÍ
Luego de pasar por las revisiones –y humillaciones- del acceso al country La Maravillosa, una sirvienta va a descubrir a su patrón, el señor Chazarreta, en su sillón preferido, con el whisky a mano, y el cuello cortado a cuchillo.
Algo huele a podrido en Dinamarca, se dicen en el periódico El Tribuno, porque la investigación tiene prisa en concluir que fue un suicidio y porque, un tiempo antes, la mujer de Chazarreta murió degollada en ese mismo country.
¿Country? Si, country… y El Tribuno decide enviar, a una casa prestada de ese mismo country, a Nurit Iscar, una autora de novela negra que un día escribió una novela de amor y entró en picada. Una mujer dolida a la que, de su última gran pasión, solo le queda un apelativo: Betibú.
A Claudia Piñeiro se la podría llamar la dama negra de los country, porque con su novela Las viudas de los jueves, que conjuga muertes y country, ha tenido un éxito arrollador; escenario al que retorna con Betibú.
¿Country? ¡Ya está bien! Definamos al country para un no argentino: Es una urbanización rodeada por muros y/o alambradas, con un mini ejército de guardias de seguridad que patrullan y controlan los accesos. Si no reúne los requisitos para poder entrar, que suelen ser muchos o muy molestos, no entra ni Cristo portando la buena nueva.
Se supone que estos sitios son seguros. Los que son es, homogéneos: clase media, o media alta, o nuevos ricos que no saben cuánto les va a durar la bonanza. Allí no hay ricos de verdad y las sirvientas, las cocineras, los jardineros, etc, etc, viven en otra parte. En el Paraíso Artificial del country, con sus códigos cerrados y su endogamia, casi todo es posible.
De esto hablamos, ante un café, durante su estancia en Barcelona, para participar en BCNegra, el festival de novela negra de esta ciudad.
Raúl Argemí –Te has convertido en la narradora de los country, casi en una especialista.
Claudia Piñeiro –(Ríe) Sí, para muchos parece que nunca hubiera escrito otra cosa. La verdad es que me atrae mucho ese mundo de apariencias. Donde todos miran y controlan lo que hacen otros que son muy, muy parecidos a ellos. Claro, las apariencias no solo se cultivan en los country, pero después de Las viudas de los jueves, que tenía una mirada desde el interior de ese mundo cerrado, quise verlo con ojos que vienen de afuera; y eso es Betibú, una historia con gente que ve el country desde afuera.
R.A. –El primer capítulo es suficiente para tener una idea clara de lo que tienen que aguantar los trabajadores para ingresar en el recinto alambrado. Alguna vez lo vi, en las afueras de Buenos Aires: En invierno, una cola de cien metros de gente con sus credenciales, sus autorizaciones en la mano, chupando frío, hasta que la dejaban entrar. Cuando salía alguno de los residentes en coche, en los ojos de los que estaban en la cola no había ninguna simpatía.
C.P. –Es increíble como esos sitios hasta tienen normas propias, que muchas veces chocan con las leyes que nos abarcan a todos. Para entrar, aunque seas visita de un residente, documentos, papeles del coche, seguros, una foto… hacen lo que quieren.
R.A. –Se los impulsó como un refugio para huir de la inseguridad de las ciudades y, al mismo tiempo, como un signo de “haber llegado”.
C.P. –Sí, proliferaron por todas partes, pero no en igual medida. En algunos municipios hay muchos, y en otros muy pocos, o ninguno. Yo lo tomo como un indicador de la corrupción de los funcionarios. Donde hubo más corrupción hay más country. Y de la seguridad que dan tampoco se puede pedir mucho, porque también hay robos, e incluso hubo crímenes, que nombro en Betibú. Lo que pasa es que esos fantasmas dan buenos réditos económicos. Ahora… (Recuerda con una sonrisa) han empezado a mover el problema de los zorros.
R.A. –¿Zorros?
C.P. –Sí, zorros. En algunos country aparecen zorros, que buscan en la basura y lo que pueden encontrar. Entonces aparecen las empresas dedicas a controlar y eliminar a los zorros. Que van a crear un nuevo problema, porque esos zorros se comen las ratas; y entonces habrá un nuevo negocio, el de las ratas. Todo está dirigido a exprimir a esa clase media recluida tras las alambradas.
R.A. –Tengo cierta experiencia en ese tipo de espacios porque suelo ir a uno parecido, que cuando tengo mala leche, casi siempre, llamo el gueto. En Betibú se retrata muy bien, con precisión de costumbrismo, las manías, las pertenencias y los códigos de identidad de quienes habitan esos sitios. Por ejemplo en la primera vez que la escritora sale a caminar y todos la miran como si le faltara algo.
C.P. –Y no le falta nada; va normal. Sólo que en esos mundos se crean códigos comunes, determinado tipo de ropa, usar zapatillas deportivas en lugar de zapatos, cosas así, que hace que te miren como “el de afuera”, el ajeno. Lo que decía de las apariencias por sobre todas las cosas.
R.A. –Hay mucho para hablar de estos sitios de exclusión elegida. Ya es un modelo de estudio de la sociología. Pero, los escritores tenemos manías, y la mía son los diálogos. Por tu novela desfilan distintos grupos de personas y todos los diálogos son creíbles. Eso te viene de tu práctica en el teatro.
C.P. – (Ríe) ¡Claro! Recuerdo que hace tiempo, cuando empecé a escribir para el teatro, salíamos a la calle con una libreta para registrar cómo habla la gente, sin intervención de lo literario, que es siempre una elaboración. Los actores tienen un dicho cuando se encuentran con un parlamento imposible: ¡Esto se te cae de la boca! Y yo lo tengo muy presente cuando escribo los diálogos. A veces me detengo ante algo que he escrito y me digo: esto se te cae de la boca.
R.A. –Eso se me hizo muy presente en los encuentros de la escritora con sus amigas, y la “asamblea” para aconsejarla sobre su encuentro con el ex amante.
(Acotación al margen: si alguien quiere tener una visión descarnada de ciertas –o las– mujeres argentinas, créale a Maitena, y a Claudia Piñeiro).
C.P. – (Sonríe) Las mujeres somos así. Nos contamos todo y compartimos hasta las minucias de los encuentros con ex amantes; que ropa te vas a poner, tené cuidado… los hombres no son así, son más cerrados.
R.A. –De paso, he detectado que la escritora narra una conversación con el ex amante sobre lo que gana como escritora, sus derechos, etc, etc, que has canibalizado una experiencia personal, que publicamos en Sigueleyendo.
C.P. – Sí, es cierto. También la literatura es una manera de arreglar cuentas. Y sucede que estoy un poco cansada de que la gente me vea como un personaje, como “la viuda de los jueves”, y me atribuya riquezas que no tengo, o lo que se les ocurra.
Betibú, publicada por Alfaguara, nos pone en contacto con la escritora que no por casualidad es la más vendida en Argentina. Con un registro claro, con raíz en lo popular, hace un retrato sociológico de la clase media, desde una mirada piadosa e irónica.
¿Más Claudia Piñeiro? Pruebe con su Proust.

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BETIBÚ
Claudia Piñeiro
ALFAGUARA

Vida
Claudia Piñeiro nació en 1960 en Bursaco -Buenos Aires- y durante años se dedicó a su profesión de contable. Eso fue hasta los 60, cuando decidió que ya no podía vivir sin escribir y se lanzó a hacerlo con una novela que no fue publicada. El cambio la llevó a convertirse en escritora, guionista en la televisión argentina y columnista de medios gráficos. En su obra conviven el espíritu crítico con la ironía y el humor. En el año 2005 ganó del Premio Clarín Alfaguara de Novela con su libro “Las viudas de los jueves”, que fue llevada al cine en 2009. Su obra se ha traducido a varios idiomas y, por “Las grietas de Jara” fue galardonada con el Premio Sor Juana Inés de la Cruz.