Me pruebo una camisa talle cuarenta y dos, es chica; semi desnuda abro apenas la puerta y busco una vendedora para que me alcance un talle más grande, una mujer que sale de otro probador me mira y me dice: Perdoname, yo te conozco, ¿vos no escribiste Las viudas de los jueves?, digo: Sí, intento una sonrisa y trato de meterme otra vez en el probador, la mujer me detiene, me habla de la novela, de quién se la regaló, de cuánto tiempo le llevó leerla, y yo la escucho, en bombacha y corpiño, tratando de taparme lo que puedo con la camisa talle cuarenta y dos.
Faltan pocos días para Navidad, voy con mi hija al cine, pasamos por una librería donde armaron un árbol de Navidad aprovechando el color verde de la tapa de Las viudas de los jueves, y sobre el pino de libros, en lugar de una estrella dorada, una foto mía; nos quedamos paralizadas, nos damos media vuelta y huimos. Alguien me dice que conoce al Tano Scaglia, el protagonista de Las Viudas, me asegura que vive en Luján. ¿Tus vecinos se enojaron?; contesto: No, pero no me creen. Una compañera de secundaria a la que no veo hace veintisiete años me llama para felicitarme, no dice: Te felicito porque escribiste un libro, no dice: Te felicito porque ganaste un premio, dice: Te felicito, saliste en la televisión. Mi sobrino va a un jardín de infantes, sala de cinco, están hablando de libros, escriben libros, pintan libros, mi sobrino le dice a la maestra que su tía es escritora, le pregunta si puede invitarme a hablar con sus compañeros, la maestra le dice que sí, voy, me presento, contesto las preguntas de niños entre tres y cinco años, las maestras cordiales les ayudan a hablar cada uno a su turno, a levantar la mano, a no repetir la misma pregunta, a pedir por favor y decir gracias, hasta que un niño de unos cinco años me pregunta: ¿Con cuál de todos los libros que escribiste ganaste más plata?, me quedo impactada por lo temprano que le llega esa pregunta, le digo que con Las viudas de los jueves, apenas nombro esa novela todas las maestras me clavan la mirada, una se atreve y pregunta: ¿Vos escribiste Las viudas de los jueves?, se olvidan de los niños, se se alborotan, la directora va a su biblioteca y trae un ejemplar para que se lo firme. Parece que el Tano Scaglia ahora vive en Escobar, me lo asegura alguien que dice que jugó al golf con él. Un periodista me pregunta: ¿Se enojaron tus vecinos?, digo: No, insiste: ¿Seguro no se enojaron?, respondo: Que yo sepa no, insiste otra vez: ¿Pero nadie se enojó?, me canso y cedo: Bueno, alguno se habrá enojado, y él o su jefe titulan, “Algunos vecinos se enojaron conmigo”. Suena el teléfono a las siete de la mañana, mataron a una mujer en un country de Córdoba, me preguntan qué opino, ¿opino?, no entiendo de qué me hablan, hace un minuto dormía y ahora me cuentan que mataron a alguien. Viajo a España a presentar Las viudas de los jueves, me invitan a dar una charla en un pueblo perdido en el camino de montaña que se supone hizo el Mío Cid, me espera el intendente y en el salón de actos hay como cien personas cada una con su libro, me escuchan hablar de la década del 90 en la Argentina, me escuchan hablar de los barrios cerrados y los countries, les explico qué es un country, cada uno me trae su ejemplar para que se lo firme, me pregunto si está bien lo que estoy haciendo, si esa gente no haría mejor leyendo otra cosa, me invitan a cenar, me agasajan, me siento que estoy tomando algo que no es mío, ellos están contentos, me agradecen, dejo que me abracen inmerecidamente. ¿Tus vecinos se enojaron? Un amigo vuelve de Dallas en avión, junto a él viaja un señor que lee Las viudas de los jueves, mi amigo le cuenta que me conoce, el vecino de asiento le contesta: A ella no la conozco, al que conozco es al Tano Scaglia. Mi hijo de trece años me pregunta: ¿Es cierto que en tu novela un hombre tiene sexo un perro? No dice “tiene sexo”, dice otra palabra, la que usan los pibes de su edad, me cuesta escribirla. Trago saliva, años de psicoanálisis me impiden escaparle al tema, le explico que no es tan así, que hay un hombre que se masturba frente a una computadora y aparece un perro, que hay ciertas cosas sugeridas pero que en ningún momento la novela, o su autor, o sea yo, o sea su mamá, dice exactamente que el hombre tuvo sexo con el perro, digo “tuvo sexo” en lugar de la palabra que mi hijo usa y me suena raro, a él también le suena raro, le pregunto cómo sabe lo del perro si no leyó la novela, me dice que se lo contó Laurita, su compañera de colegio, pienso en Laurita, y en la madre de Laurita, y en las madres de las amigas de Laurita que también son amigas de mis hijos, pienso si alguien me preguntará alguna vez: ¿es autobiográfico?, le pregunto a mi hijo si a Laurita le molestó leer acerca del hombre y el perro, me contesta que no, que le encantó, que le dijo que es la parte que más le gustó de la novela. ¿Tus vecinos se enojaron? Una mujer me pregunta por qué siempre hay un muerto en mis novelas, le contesto: Vos también te vas a morir algún día. ¿Es autobiográfica? El Tano Scaglia vive en La Martona, Cañuelas. Leo en una revista que mis vecinos se enojaron. Una escritora me cuenta que otra escritora leía Las Viudas mientras estaba internada en el hospital, poco antes de morir, me acuerdo de ella, había ganado el Premio Planeta el año que yo gané el premio Clarín-Alfaguara; me da una pena infinita. Me encuentro con un ex, me dice que leyó Las Viudas, me pregunta si gané plata con el libro, evado la respuesta, insiste, vuelvo a evadir hablando de porcentajes y precio de tapa, insiste, quiere precisiones, quiere el monto exacto, me harto, le exagero el importe para que no insista más, me pregunta: ¿Nada más que eso? Sé que algún día escribiré esa escena, modificada por la ficción. La escribo en Betibú. Vieron al Tano Scaglia en un country de la zona de Garín. ¿Tus vecinos se enojaron? Presento el libro en una feria del conurbano, en la primera fila una señora muy simpática asiente con su cabeza a cada cosa que digo, se la ve atenta, entretenida, al cierre de la charla pide la palabra, me pregunta cómo me llamo, y qué libro vine a presentar, me cuenta que está sentada en esa misma silla desde primeras horas de la tarde, no importa qué escritor ingrese a la sala, ella mantiene su sitio, escucha atenta, luego pregunta y agradece. Alguien registra en “Marcas y patentes” la marca: ¨Las viudas de los jueves”. Alguien se queja de que la escena de los amigos jugando al truco la copié de un libro suyo que nunca leí. Alguien hace una película. Cuatro novelas después alguien me para por la calle y me dice: ¨Leí tu novela”. No hace falta que le pregunte cuál, sé a la que se refiere.