miércoles, 14 de marzo de 2012

ENTREVISTA INEDITA: SARAH HIRSCHMAN

De quiénes son los libros?

A pocos días de su muerte, aquí presentamos una entrevista hasta ahora inédita a Sarah Hirschman, fundadora del programa “Gente y cuentos”.

POR Carolina Esses



Hace algunos años, en medio de un encuentro que invitaba a diferentes escritores a hablar sobre sus lecturas favoritas, Washington Cucurto –escritor y editor de Eloísa Cartonera– decía: “¿De qué sirve que yo cuente qué escritor me gusta? Deberíamos estar discutiendo maneras de acercar la literatura a la gente, de ayudar a leer mejor a aquel que tiene, por ejemplo, dificultades de comprensión.” Palabras más, palabras menos –han pasado cuatro años y la memoria puede engañarme– esta era la idea que el autor de Cosa de negros expresaba esa tarde en el Botánico. El comentario generó polémica. Era, sin embargo, muy atinado. Detrás del encuentro se podía intuir un tipo particular de política cultural, una idea sobre la literatura, sus formas de circulación y su circuito de alcance. Gente y cuentos ¿A quién pertenece la literatura?, el libro de Sarah Hirschman que publicó Fondo de Cultura Económica el año pasado con prólogo de Ricardo Piglia, se inscribe dentro de esa discusión: la de la función social de la literatura. Y brinda una propuesta concreta: la experiencia de los talleres de lectura coordinados por el programa “People and stories/ Gente y cuentos” que Hirschman fundó en 1972 –primero sólo en español como “Gente y cuentos”– y que funcionan en la actualidad, en países tan diferentes como Francia, Estados Unidos o Colombia.

Los grupos están destinados a personas sin educación formal cuyo acceso a la literatura ha sufrido un sin fin de limitaciones. A contramano de las propuestas que ofrecen los centros comunitarios para adultos –en los que se intenta que la gente “ingiera” conocimientos útiles en lo inmediato– Hirschman busca recuperar el valor de la experiencia como puerta de entrada a un universo simbólico. La dinámica es sencilla. La coordinadora lee un cuento –el programa provee de una bibliografía que incluye a Rulfo, Carson McCullers o Updike, entre otros– y luego a través de preguntas que actúan como disparadores, el grupo charla, pone su universo de experiencias en relación a ese otro universo: el del texto literario, el de los mundos que evoca. Una oportunidad de devolverle a la literatura su dimensión más humana. Por eso, el año pasado, en diálogo telefónico con Ñ y frente a la pregunta por la literatura –“¿qué significa la literatura para usted?”–, Hirschman que se había formado en Letras, filosofía –llegó a estudiar con Simone de Beauvoir y con Paulo Freire–, que conocía de cerca la vida de la academia norteamericana –no sólo por su propia actividad, también por la de su marido: estaba casada con el célebre economista Albert Hirschman– en lugar de hablar de teoría, habló de comunicación, aprendizaje, personas: “Siempre me gustó leer, desde mi primera infancia. Y siempre recibí de la lectura una sensación de bienestar. En un momento quise compartir todo eso con personas que no habían tenido la oportunidad de leer libros. Esa fue una de las razones por las cuales comencé con el proyecto. La otra, tal vez, fue más egoísta: quería poder relacionarme con gente que no fuera de mi círculo inmediato, pensé que compartiendo el placer de una obra literaria podríamos comunicarnos mejor.”

-Una visión humanista de la literatura…
-No sé si el Humanismo implica tanto. Yo simplemente pensé que la literatura tenía la capacidad de cambiar cosas; que gente con experiencias de vida muy diferentes podrían encontrarse en un texto literario, disfrutar de lo mismo, quizás de manera distinta. La literatura es una fuente de magia.

-El libro en español tiene un título muy interesante: “¿A quién pertenece la literatura?” ¿Cuáles son sus ideas en relación a esta cuestión?
-La literatura ha sido siempre reservada para gente con educación formal, con bibliotecas, con libros al alcance de la mano. La mayor parte del mundo desconoce de qué se trata. Muchos escritores dicen que quieren escribir para el pueblo. Una vez lo escuché a Cortázar decirlo en una conferencia. Sin embargo eso no va a suceder por sí mismo. La gente no se acerca a bibliotecas. Muchas personas ni siquiera terminan la escuela y sienten que no saben leer bien, que la literatura no es para ellos. Leen manuales de instrucciones –cómo hacer que una máquina funcione, por ejemplo– pero no saben qué es la literatura. Yo, lo que trato de hacer es preguntarme, ¿por qué sucede esto? Quizás haya una manera de que ambos –la literatura y la gente– se encuentren. Se trata de gente que ha vivido, que ha tenido experiencias de vida intensas, saben historias maravillosas, muchos de ellos han leído la Biblia, ¿por qué no podrían disfrutar de un texto literario? A través de la manera en la que abordamos la literatura en nuestros grupos, pasa a pertenecer a la gente.

Una de las cuestiones en las que Hirschman hace hincapié es que el relato nunca se adapta ni se acorta, se presenta tal cual es. En los comienzos del programa, tampoco se utilizaban traducciones. Si se trataba de un grupo de hispanos de New Jersey, Hirschman elegía cuentos en español. Esto producía un encuentro particular, sobre todo en el caso de las comunidades inmigrantes: el encuentro con la propia lengua, pero utilizada de manera diferente, no habitual. “Personalmente hablo varios idiomas pero mi lengua madre es el ruso”, explica la autora. “Conozco mucha poesía pero siempre me gusta leerla en ruso. Resuena en mí de una manera particular. Puedo entender poesía en francés, español o inglés pero no es lo mismo. Durante mucho tiempo sólo trabajamos con textos en idioma original pero ahora surgió la necesidad de ampliar la bibliografía e incluir traducciones. Y bueno, hay traducciones maravillosas de Joyce.”

-¿Qué es lo que se descubre en el encuentro con la lengua, con imágenes, con metáforas?
-Al principio los integrantes del grupo están un poco inhibidos por lo que suponen les van a preguntar. Entonces nosotros leemos el cuento en voz alta y en lugar de preguntar “¿les gustó el relato?” partimos de fragmentos específicos. De una imagen. De una palabra rara. Esto hace que la gente comience a sentirse cómoda. Cada uno empieza a reconocer sensaciones, experiencias comunes. Entonces empiezan a participar. Y lentamente vamos ampliando la discusión y comprendiendo el cuento. A veces funciona mejor que otras, pero cuando sí funciona la gente se siente tan orgullosa de haber podido hablar, de haber podido compartir algo de su experiencia de vida. Es completamente diferente a lo que sucede en los grupos de lectura de mujeres de clase media. Aquí, lo interesante es ver cómo la gente empieza a sentir que está participando en eso que han escuchado nombrar como cultura pero que les parece lejano e inaccesible. Ahora está ahí, entre ellos, es real, están hablando sobre eso. Se genera una gran sensación de liberación.

En 1984 el programa tuvo un breve desembarco en Buenos Aires, en un barrio cercano a Quilmes, “fue una experiencia maravillosa”, recordó Hirschman, “pero no hubo quien continuara con la iniciativa, ojalá que a partir del libro se pueda retomar ese trabajo.”

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